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Crónica de un desastre anunciado

Actualizado: 17 jul 2022

¿Tenemos un estado programado para actuar después de las desgracias?










Por: Arq. Jorge Hugo Figueroa.


Los veranos nos encontraban jugando al truco, riéndonos, discutiendo, jugando al vóley, nadando en la pileta o remando en el arroyo Tapalqué. Y justamente ésta última actividad era especialmente atractiva. Habíamos aprendido a remar en canoas y en kayaks, al igual que lo hacían cientos de niños, adolescentes y adultos.

En un curso de agua tan angosto, aunque hoy parezca una locura, estaban permitidas las embarcaciones a motor limitados en clase y tamaño por el poder adquisitivo de los propietarios.



Las curvas del arroyo Tapalqué casi no han variado con el paso de los años.


El recorrido navegable era desde El Club Estudiantes hasta el paraje indicado como “La isla” (y no, no es una isla, pero es un lugar muy bello para conocer).

En fin, la rutina para los que remábamos era estar atentos a los motores de las lanchas porque en caso de sonar había que remar inmediatamente hacia una de las dos riberas ya que a veces las numerosas curvas del arroyo hacía que aparecieran de pronto éstas embarcaciones y, como se imaginarán, una lancha o un gomón o una moto acuática no puede frenar como se podría hacer con auto.

Si una lancha, por ejemplo, nos hubiera embestido estando a bordo de un kayak, nos habría herido gravemente y lo mismo habría pasado si ocurría cuando estábamos a bordo de una canoa. Ni que decir lo que hubiera ocurrido si nos sorprendían nadando ya que en aquella época (década del 80) nadábamos sin restricciones.

Una tarde volvíamos de “La isla” remando en varios kayaks y justo antes de tomar una de las curvas cerradas oímos a tiempo el motor de una embarcación. Tamaña sorpresa fue ver que traía detrás a un adolescente, como nosotros, practicando sky acuático. Como muchos sabrán, la curva que desarrolla una lancha es mucho más “cerrada” a la que desarrolla la curva del esquiador que viene detrás, con lo cual, pese a que nos tuvimos que refugiar en la costa, casi nos impacta.

Como habrán notado no estoy mencionando nombres o apellidos que individualicen a quienes conducían de forma absolutamente irresponsable los vehículos a motor y es que con ésta nota busco armar un disparador de reflexiones, capaces de ayudarnos a comprender que las cosas no pasan porque si y además porque, lamentablemente, en una tarde de aquellos veranos hermosos, se produjo un accidente terrible entre dos lanchas que chocaron de frente y murió ahogado uno de los tripulantes. Un chico con tantas ganas de vivir como cualquiera de nosotros.

Los medios titularon la noticia como una “tragedia”, como “algo inesperado”. El gobierno municipal de aquel entonces manifestó su pesar, al igual que el club Estudiantes. Luego se tomarían medidas como la prohibición de transitar con embarcaciones a motor, el embarcadero del club siendo bautizado con el nombre de la víctima y demás acciones así. Desconozco si hubo procesos judiciales derivados, pero tampoco me interesa saberlo porque no existe absolutamente nada que pueda reemplazar una vida…

Lo que resulta incomprensible es por qué no se actuó antes siendo que los adultos no eran ajenos a lo que pasaba, si había cientos de alertas cada tarde de cada verano.

Aunque parezca mentira hoy volvemos a tener una situación casi igual, sólo que a la vera del arroyo Tapalqué.

¿Motos contra peatones?

Resulta que a diferencia de la década del 80 cuando no había caminos bien trazados para llegar a “La isla” por la costa del arroyo, hay senderos hermosos por los cuales se puede caminar o trotar en un ambiente natural. Y así como se destroza el paisaje pasando con motos enduro o cuatriciclos en la zona de la cascada (ubicada en el predio de “La isla”) circulan igualmente por los senderos peatonales que mencionaba antes.

Después de una serie de accidentes con cuatriciclos en los médanos de la costa, se produjeron un puñado que fueron mortales y, como parece que la muerte es el límite que fijan en las esferas de poder, desarrollaron medidas para evitar que vehículos y peatones se crucen en la misma zona, donde obviamente, perderán los más desprotegidos.

En nuestro caso en particular, se prohibió que circulen los cuatriciclos por dichos senderos pero no se prohibió el tránsito de las motos (igualmente peligrosísimas en caso de atropellar a una persona). Con lo cual desde control urbano sólo se puede actuar si la denuncia telefónica incluye la frase “la moto viene haciendo maniobras peligrosas”.


Justo por encima del cauce del arroyo se pueden observar los senderos peatonales.


Cuando se produzca el accidente, es muy factible que sea en ésta zona porque las ondonadas, el pasto largo, y la facilidad con que las motos aceleran en muy poca distancia.

Hace unos días decidimos salir de excursión con mi familia y a cada momento teníamos que estar saliendo del sendero para evitar que nos atropelle las motos (que pasan directamente sin separarse del sendero, ni detenerse, ni nada que se le parezca. Y esa falta de empatía, esa sensación de “la ley del más fuerte” que vivíamos cuando navegábamos con los kayaks y las canoas en el arroyo frente a las lanchas, me volvió irremediablemente a la memoria.

Pensé en subir videos y fotos del paso de dichas motos, sin embargo, el carácter de ésta nota no es individualizar sino exponer que se avecina una “tragedia”.



En ésta zona también se desarrollan velocidades lo suficientemente altas para que los peatones podamos salir heridos o muertos.



En ésta zona nos encontramos ya con un área generalmente más concurrida, sin embargo se suele circular sin ningún inconveniente, a veces a velocidades en las que no se puede frenar a tiempo. Si observan donde dice “El bosquecito”, hacia la derecha de la imagen, se puede observar una depresión en el terreno que también es usada para efectuar maniobras altamente peligrosas por parte de las motos que ponen en riesgo a los caminantes, sean niños, adolescentes o adultos.


¿Qué vamos a hacer cuando muera alguien atropellado? ¿Bautizar los senderos con el nombre de la víctima?

Creo que estamos a tiempo de madurar socialmente, de exigirle al estado que actúe preventivamente porque cuando lo peor pase, no habrá nada que se pueda revertir.

Quiero creer que esto no es culpa de los motociclistas (aunque el desprecio que muestran al circular de ese modo por senderos en donde hay niños y personas de todas las edades es absolutamente espantoso).

Creo que se podría limitar el uso de las motos y cuatriciclos a la circulación dentro del predio de “La bota”, en donde los daños que producen al medio ambiente se vea totalmente limitado.

Ojalá que todo esto sirva para algo y que nunca llegue el momento en que tenga que hablar sobre una “tragedia” linkeando a ésta sencilla nota dominical.

Saludos digitales.


Arq. Jorge Hugo Figueroa.


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